miércoles, 1 de septiembre de 2010

Fic Colectivo - Primer Capitulo

Actividad: Fic Colectivo (incompleto)
Autora: $ђîžД W† 43
Fecha: 9/06/2009

Había caído una noche más sobre las tierras de Egipto, con un clima peculiar que implicaba un conjunto de brisas danzantes alrededor de todas las pequeñas casas del pueblo y del mismo Palacio. Personas se resguardaban en sus hogares para tomar su merecido descanso, mientras que otras decidían ir al río Nilo para darse un baño refrescante o simplemente para disfrutar de la velada presente. Pocas veces era posible por el dificultoso estilo de vida que tenía que llevarse en aquellos días.
Los vasallos del Palacio por igual se preparaban para dormir, y dejar atrás aquel día de trabajo, dispuestos a afrontar el siguiente con gusto, sirviendo a los altos presidiarios del Palacio; algunos otros, cansados de tanto ajetreo, iban al mismo río para reencontrarse felizmente con sus familias por las cuales realizaban su labor diario...
Él los observaba discretamente todas las noches, escondido entre las aguas o en algún refugio de tierra, con vestiduras desgastadas que guardaba siempre en su habitación, y sin ningún atavío que llamara la atención: sólo así podía pasar desapercibido como le gustaba y no tenía que verse rodeado de gente que le hiciera múltiples reverencias por sólo tratarse de él. Cada noche, desde que tenía memoria, escapaba del Palacio para despejar su mente y poder relajarse de aquellos problemas que le traían el ser el Príncipe de Egipto. Siempre habían sido diferentes los lugares a los que iba, pero desde que había cumplido los dieciséis, el río Nilo se había convertido en el escondite perfecto por los cuatro años siguientes. Y últimamente se pasaba más que de costumbre, porque resultaba tener constantes discusiones con su padre o con su mismo abuelo, por la reciente noticia que había recibido de la manera más inesperada. Pronto se convertiría en el mayor soberano del país, tendría que ascender al trono donde lo nominarían como Faraón y aborrecía el hecho de tener que sacrificar muchas cosas que apreciaba por asumir aquel cargo; le molestaba la idea, pero sabía de antemano que su destino había estado escrito desde el primer día de su existencia, y como era obvio, no podía romper con la tradición de la nobleza. Tampoco quería aceptar que debería adaptarse a varias imposiciones "injustas", como él las llamaba, que arruinarían su estilo de vida por siempre. Al menos era así como lo creía.
Aquella noche, cuando la luna se posó sobre las aguas, reflejando la luz en sus ojos amatistas, salió lentamente y se colocó la ropa que había dejado en la orilla, la cual poseía una capucha que cubría su rostro de los demás. Caminó poco a poco hasta llegar a su caballo y en cuestión de segundos, ya se encontraba en el trayecto conocido que lo llevaría de regreso al Palacio. Ya en éste, entró con el mayor silencio posible y se dirigió al lugar donde dejaría descansar a su caballo: le retiró la cabezada y las riendas atadas, y comenzó a acariciarle el cuello para calmarlo. Cuando logró dejarlo al borde del sueño, se retiró con cuidado, y se adentró a los corredizos de las habitaciones en los que encontró la propia, medianamente iluminada. Eso le extrañó, por lo que disminuyó la velocidad de sus pasos y se colocó contra el muro, con el objetivo de escuchar algo, sin embargo, él resultó siendo el sorprendido cuando escuchó su nombre.
-¿Seto?-preguntó, al tiempo que atravesaba el umbral- ¿Qué haces aquí?
-¿Qué crees? Cubriendo tus acciones, Atem.
El aludido se sentó en su cama, y se retiró la capucha, dejando a la vista su rostro.
-¿A qué te refieres?
Seto lanzó un profundo suspiro y se levantó de su lugar, para ponerse enfrente de su primo.
-Creo que sabes a qué. No puedes seguir con estas salidas ¿me entiendes? Pronto tendrás que asumir ciertas responsabilidades que no te permitirán realizar tus tonterías.
-Déjame tranquilo, por eso mismo es que me voy.
-No me importan las razones. Lo único que sabes hacer cada noche que te escapas, es meterte en problemas, y eso debe terminar. Por ejemplo-El sacerdote levantó su mano y señaló el brazo del otro muchacho-, ¿qué te ha sucedido ahora?
-No es de tu incumbencia-soltó Atem con rudeza, escondiendo el brazo entre sus ropas.
-Sí lo es. Estoy encargado de vigilarte y siempre, de alguna manera, terminas desapareciendo. Cuando regresas, tienes una herida en alguna parte del cuerpo.
-Eso no es verdad.
-Lo es, Atem. ¿Acaso no recuerdas que estuviste en cama casi toda la estación de Peret? Justamente por lo que haces ahora.
-Fue hace tiempo, ni siquiera importa.
-No fue hace mucho, y lo sabes.
-Como sea. Voy a dormirme ya, así que te pido que por favor de retires.
Seto bajó sus brazos y miró a su primo en forma de reproche.
-No tienes remedio-murmuró. Se dio la media vuelta y antes de salir, le vio de reojo-Buenas noches.
El tricolor le vio irse, y cuando supo que ya no estaba, se preparó para acostarse y en poco cayó dormido sobre las suaves sábanas de su cama. No quería despertar al otro día para volver a vivir lo mismo de siempre, pero debía soportarlo.

A la mañana siguiente, Atem ya se encontraba levantado, caminando a lo largo de los pasillos para dirigirse al comedor. Al estar ahí, saludó a sus amigos, y se sentó en silencio, esperando por el desayuno que estaría por servirse.
-¿Y a dónde fuiste ayer, eh?
El muchacho puso ambos brazos cruzados sobre la mesa y se encogió de hombros.
-A ningún lugar importante.
No le molestaba hablar con ellos, pero en ese día no venía con el mejor humor como para hacerlo, y Seto era el culpable de eso. No dijo nada durante todo el rato que estuvo ahí, sino que comió como si se encontrara solo. Cuando terminó, se levantó sin más y pasó a retirarse hacia el patio central. Lo recorrió, atravesando los jardines, y pensando en las palabras que su primo le había mencionado ayer: ya las había escuchado una infinidad de veces, aunque de diferentes maneras. En parte, tanto él, como su abuelo y su padre, tenían razón en que tenía que adquirir esas responsabilidades, pero ellos no sabían nada de lo que pensaba al respecto; se sentía ofuscado y frustrado por tener que seguir esas indicaciones, indicaciones sofocantes que no paraban de dar vueltas por su cabeza.
Molesto, se levantó de la fuente, sobre la que se había sentado, y volvió a salir del Palacio, sólo que esta vez sin caballo y sin su disfraz. Ya sabía qué camino tomar para no tener que ser visto por la gente del pueblo.
Pasó un largo rato en el que caminó sin rumbo alguno, sin preocuparse por lo que dirían los demás ante su repentina desaparición, nuevamente, y se concentró en las actividades que hacían aquellas personas que podía ver a lo lejos, pensando en la posibilidad de mezclarse con ellas, y ver qué es lo que hacían para sobrevivir. Ya eran varias veces que la curiosidad nacía en su interior, pues él casi siempre se mantenía en el Palacio, siendo atendido por distintos sirvientes.
Cerró sus ojos, meditativo, y sus cavilaciones fueron interrumpidas al momento que el ruido de unos caballos corriendo, apareció repentinamente. Ante esto, dio un respingo y volteó hacia atrás, encontrándose sorpresivamente con la mirada de uno de los bandidos más buscado por su padre, junto a un pequeño grupo que le seguía. A pesar de que ya había tenido problemas con ellos, creyó que seguirían su camino, pero al ver que desenvainaban sus espadas bajo la luz del sol, retrocedió y corrió rápidamente hacia el Norte. No tenía nada con que defenderse en esos momentos. Justamente tenía que salir ese día, desarmado. Aceleró lo más que pudo, atravesó casas de arcilla abandonadas y algunos terrenos sin uso, y todavía lo perseguían, lo peor es que lo estaban alcanzando. Decidió por dar la vuelta más cercana y sin creerlo, se vio en el trayecto que seguía todas las noches para llegar al río, así que lo recorrió, logrando tomar una ventaja, y los perdió de vista por algunos momentos; aún así, no desaceleró y continuó, sin embargo, se vio bruscamente detenido por un fuerte golpe que le provocó punzadas en todo el cuerpo. Al abrir los ojos, se encontró con dos azules que les miraban temerosamente.
Atem se sonrojó al darse cuenta que había caído sobre una joven, no sobre la dura superficie.
-¡¡L-lo siento!! Lo siento mucho, yo--
Se vio interrumpido de nuevo por los gritos de los bandidos y por los golpes de los cascos contra la tierra. No perdió tiempo y se levantó rápidamente, tomando a la desconocida de la mano. Con ella reanudó su paso y se introdujo a una pequeña cueva que se encontraba cerca de ambos. Fue hasta lo más profundo de ésta, y puso su mano sobre la boca de la otra, pidiéndole otra disculpa.
Los bandidos pasaron de largo, sin la menor idea de que el Príncipe se hallaba escondido en esa cueva.

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